De peces y peceras
PEDRO J. RAMÍREZ
No sabes, querido Casimiro, la alegría que me diste el sábado pasado cuando leí lo mucho que hablabas de mí en la vistosa entrevista que accediste a conceder a este periódico. Lo de menos era que algunas de tus frases -«Pedro J. es como un pez al que sacas de la pecera y lo pones en la mesa. Se muere. Ya no tiene el agua para vivir»-, no fueran precisamente simpáticas. Lo de más que por fin, al cabo de nueve meses de incomunicación sólo interrumpida el día que te invité a almorzar en casa poco antes del verano, justo cuando ya sentía el escozor de ese látigo de la indiferen- cia con el que sólo se fustiga desde la cima, decidiste reanudar el diálogo que mantuvimos a diario durante los treinta años en los que primero te nombré jefe de sección, después te nombré redactor jefe, después te nombré subdirector, después te nombré director adjunto, después te nombré vicedirector y por fin respaldé la decisión de la editora de nombrarte director, una vez consumada mi destitución.
Debo reconocer que me sorprendió doblemente la vía de comunicación elegida. Primero porque, siendo la línea recta el camino más corto entre dos puntos, haya hecho falta talar árboles, extraerles la pulpa, transformarla en gigantescas bobinas, imprimirlas en una nave industrial en lo que denominaste en tu discurso de la otra noche «el periódico de papel» y transportarlo hasta miles de puntos, incluida la Avenida de San Luis, donde están tu despacho y mi mazmorra, para franquear las pocas decenas de escalones que separan la primera planta de la segunda.
Tampoco se me escapa que entre los muchos y seguramente acertados cambios que vienes introduciendo en el periódico -yo, sentimental de mí, echo de menos nuestra legendaria bola verde- has decidido poner fin a la regla que durante un cuarto de siglo apliqué a rajatabla hasta al mismísimo Umbral: nadie podía ofender, criticar o zaherir desde las páginas de EL MUNDO a los demás peces de la pecera. Porque, claro, aunque me coloques ya extramuros, aunque me veas dando las últimas boqueadas -¿tanto te incomoda que este ingenuo arponero te sirva de escabel dominical?- , uno todavía conserva las escamas intactas, una notable reserva de oxígeno en las branquias y, hasta excluido de la foto, sigue considerándose un poco de la casa.
Pero, oye, a nuevas normas, buena cara. Si es así como el fundador de EL MUNDO -perdón, ex fundador tras lo de la foto y sus secuelas- debe dialogar con el director de EL MUNDO, cúmplanse tus designios y empecemos por el cabezal de la entrevista. Dices, Casimiro: «Ahora somos más incontrolables». O sea que antes éramos menos incontrolables. Cuando alguien utiliza el lenguaje con la precisión con que tú sueles hacerlo, la expresión deja poco margen al equívoco. Pero por si quedara alguno, el gran Rafa Alvárez lo pulveriza al acotar la comparación a «hace un año», conmigo como director. No hay vuelta de hoja: según tú, en aquel tiempo remoto, cuando publicábamos los papeles de Bárcenas y pedíamos la dimisión de Rajoy y Cospedal, cuando sacábamos los colores un día sí y otro también a la Casa Real, cuando poníamos en su sitio a Prisa y otros conseguidores, es cuando éramos más controlables. Ya. Debe ser casualidad que sea precisamente en asuntos como estos en los que salta a la vista que, como tú mismo dijiste el mes pasado, «la posición de Pedro J. Ramírez y la línea editorial de EL MUNDO no coinciden».
Si a muchos lectores les habrá sorprendido tu diagnóstico, imagino que la consiguiente explicación les habrá dejado estupefactos: «Yo tengo pocas relaciones con el poder que me coarten». O sea que tú tienes «pocas» que te «coartan» y yo tenía muchas y por lo tanto estaba coartadísimo, o al menos más coartado que tú. Caramba, caramba, con las... coartadas.
Esto nos lleva a esa metáfora de los peces y la pecera, nada cariñosa en lo que me atañe pero muy elocuente de la relación incestuosamente letal entre la prensa y el poder. Todavía recuerdo un artículo en el New York Times de hace cuarenta años en el que se alegaba que un periodista puede elegir qué anzuelos tragarse pero no puede salir de la pecera sin abandonar su obligación -ahí me duele tu esquela-, entre otras cosas porque eso le permite tirar a veces del sedal y zamparse al pescador completo, que en definitiva es de lo que se trata.
Es cierto que en mis últimos meses como director me sorprendió la presencia física en tu círculo íntimo de la omnipotente Sáenz de Santamaría -ora pro nobis- y que, como sabes, las omisiones en la última entrevista a María Dolores de las Mentiras me mosquearon cantidad. Supongo que te referirás a ambas cuando dices que hay «pocas relaciones con el poder» que te «coarten»; pero de verdad creo que el Pepito Grillo que te corroe está poniendo el listón demasiado alto. Quam miser est, qui excusare sibi se non potest!
Oye, yo también te invité a celebrar mis cincuenta tacos con Suárez y Aznar toreando al alimón -qué conversación tan inolvidable- y bien sabes lo implacables que fuimos con el uno en Diario 16 y con el otro en EL MUNDO cuando se negaba a desclasificar los papeles del CESID o cuando le canté las cien razones contra la invasión de Irak. No me cabe la menor duda de que tú harías lo mismo con la vicepresidenta si, como dice Bárcenas y publicó Ekaizer, fuera cierto que su jefa de gabinete hizo gestiones en favor del tesorero acorralado por la Justicia; o con la Pinocho genovita si pensaras que es imposible que alguien firme un recibo de 200.000 euros sin recibirlos. A lo mejor un día de estos EL MUNDO vuelve a pedir que se vaya Rajoy, como in illo tempore, y confundes mis aplausos con esos espasmos en los que me ves inmerso.
Lo inaceptable, querido Casimiro, es que tu injustificada mala conciencia por pecadillos en apariencia veniales utilice como palanca retórica la magnificación de los imaginariamente míos. Con el tiempo te irás dando cuenta de que un director de periódico o deja de cumplir con su deber o se queda más solo que la una. Así me ha pasado ya dos veces y a mucha honra. ¿Quién de tus interlocutores habituales te engañaba sobre mis «relaciones con el poder» que, según sugieres, hacían a EL MUNDO más «controlable»? ¿Acaso Ayuso te contaba que yo entraba subrepticiamente en la Zarzuela? ¿Era Martínez-Castro la que te decía que Rajoy me recibía en albornoz a la hora del sudoku? ¿O Cendoya quien te desvelaba que me reunía con Botín justo cuando más agobiado estaba por el encargo de darme la boleta?
Añades, Casimiro, que he dicho cosas que no te han gustado. Parece obvio que te refieres a los tuits en los que respondí al editorial del miércoles 22 en el que EL MUNDO decía que «cedí» mi cargo como director a raíz de un «acuerdo». Yo repliqué que primero se me «borraba de la foto» y luego se «reescribía la Historia», que eso era «engañar a los lectores», y que «fui destituido del periódico que fundé junto a mis compañeros tras una brutal campaña del Gobierno». Mira, como cabe la posibilidad de que precisamente se tratara de ese único día cada cinco años en el que, por cefas o nefas, un director no lee el editorial, retiro lo del «engaño» y admito que pudo tratarse de un descuido.
A cambio te pido que ratifiques, si ha lugar, en sede judicial tu propia versión de los hechos, coincidente con la mía, en los términos exactos en los que la reflejaste en tu primer encuentro digital como director de EL MUNDO: «Han cesado a Pedro J. porque en los últimos tiempos nuestro periódico ha publicado informaciones muy comprometidas que han afectado a instituciones, partidos políticos, sindicatos, etc. Los poderes fácticos de este país no soportaban a un director como Pedro J. A esto se suma una situación financiera complicada del periódico».
Y te digo lo de la sede judicial porque te supongo enterado de que el propietario de EL MUNDO, el grupo RCS, me ha requerido, a través del despacho Uría y Menéndez, el pago de 100.000 euros como penalización por haber refutado ese párrafo del editorial en los términos antedichos. Invoca para ello, de forma inapropiada -verás que sigo versallesco- el contrato que, al poner fin a nuestra relación laboral y societaria de manera amistosa, alumbró al arponero. Pero eso sucedió una vez que, con mi expresa disconformidad, el Consejo de Administración procedió a destituirme «tras» -he aquí mi adverbio- esa «brutal campaña» iniciada por el propio Rajoy en sede parlamentaria. Recordarás que así lo especifiqué durante mis despedidas ante cientos de testigos, alguno tan cualificado como el propio consejero delegado de RCS Pietro Scott-Jovane.
No creo que, como dicen algunos amigos, el propósito de RCS sea intimidarme o restringir mi libertad de expresión, vía Uría y Menéndez, pues eso supondría no conocer a quien durante tantos años ha sido su paladín en España. Más bien supongo que algún listo creerá que es la mejor manera de velar por sus intereses; pero si, como indican esos abogados, mi ultrajada negativa a apoquinar desemboca en los tribunales, apelaré a todos vosotros para que la verdad resplandezca, apoyada en la documentación pertinente. Acuérdate qué bien nos salió lo del comisario Manzano.
Es cierto, querido Casimiro, que EL MUNDO no es cualquier pecera y así se lo dije a todos los compañeros al hablarles sólo a ellos -¡oh tripulación!- como si el resto de asistentes a la cena del Palace -reyes, reinas y demás potencias- fueran transparentes. Pero, mira, sigo gozando de buena salud, tengo tres libros rodando, más requerimientos de los que puedo atender, el 12 hablo en París nada menos que en Les Invalides -supongo que lo cubriréis- y el 25 en Londres ante el staff de la BBC. También te pasará a ti el día que dejes de ser director.
Yerras sin embargo respecto a mis planes. «Montará un portal», dices en otra expresión freudianamente ansiosa. Oye, no tengo ningún proyecto belenístico, pero si se diera el caso cuenta con que te invitaría a participar y te dejaría elegir la figurita con la que te sintieras más identificado. Bueno, gracias de nuevo; mantengamos al menos esta línea abierta y entre tanto ponles más banderillas de fuego a los cabestros. ¡Ah! y en relación a eso que dices de que no te gustaría que dentro de diez años la gente identificara a EL MUNDO como «el periódico de Casimiro», chico, nunca se sabe qué puede caernos del cielo, pero yo que tú tampoco me preocuparía demasiado. Francamente, ese peligro no lo veo.
http://www.elmundo.es/opinion/2014/11/02/54553ba0268e3e8a4d8b4585.html
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